La obra Los orígenes del totalitarismo (1951) de Hannah Arendt es uno de los análisis más influyentes y complejos del siglo XX sobre el ascenso del nazismo y el estalinismo. Arendt plantea que estas formas de gobierno no son meras tiranías exacerbadas, sino estructuras radicalmente nuevas, cuyo objetivo es la dominación total del individuo. La estructura tripartita de la obra —Antisemitismo, Imperialismo y Totalitarismo— permite trazar la evolución del pensamiento y práctica que desembocaron en los regímenes totalitarios. Arendt muestra cómo el antisemitismo dejó de ser un prejuicio religioso para convertirse en una ideología política; cómo el imperialismo normalizó la dominación burocrática y el racismo como forma de gobierno; y cómo estos elementos convergieron en los sistemas totalitarios del siglo XX, caracterizados por su uso sistemático del terror, la propaganda y la ideología absoluta.
La autora se aparta de los enfoques causalistas y propone una metodología basada en la “cristalización” de elementos, lo que le permite explorar las condiciones de posibilidad del mal radical sin recurrir a determinismos históricos. Uno de sus conceptos más importantes es el del “derecho a tener derechos”, que plantea que los derechos humanos sólo tienen sentido cuando hay pertenencia a una comunidad política. También introduce nociones clave como la superfluidad del ser humano bajo el totalitarismo, la soledad política como condición para su implantación, y la transformación del terror en instrumento cotidiano de gobierno. La obra ha recibido críticas por su estilo digresivo, uso de fuentes polémicas y la equiparación del nazismo con el estalinismo, pero sigue siendo una referencia esencial para pensar el mal político, la fragilidad de las instituciones democráticas y los peligros del pensamiento ideológico cerrado.
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